Enemigas buenas
Se las ve como las grandes amenazas de la
humanidad pero no es tan así. Gracias a las bacterias hay oxígeno en la
Tierra pero igual remiten a peligro, suciedad y enfermedades. Y por eso
queremos acabar con ellas.
Juan Andrés Ferreira
No tienen buena prensa. Y con razón. Las bacterias
están íntimamente relacionadas con algunos de los más devastadores
desastres y algunas de las más terribles epidemias y enfermedades
padecidas por la humanidad a lo largo de la historia.
La lepra, el cólera, la gonorrea y la sífilis son
producto de la acción de las bacterias patógenas sobre el organismo
humano. También las caries, la putrefacción de los alimentos, el
botulismo, el impétigo, la clamidiasis, la meningitis, la tos ferina, la
epiglotitis (rara, aunque potencialmente mortal), la neumonía, la
salmonela y muchas infecciones intestinales son resultado de la
sobreactividad bacteriana.
En los avisos publicitarios, ahora son presentadas con
morfología monstruosa enfrascadas en una guerra mugrienta y silenciosa
contra la especie humana.
Por lo visto, son sucias, peligrosas, dañinas,
oportunistas y por eso mantener una higiene correcta ya no se limita a
lavarse las manos después de usar el baño y antes de ingerir alimentos, a
tener las uñas cortas y a cepillarse correctamente los dientes y la
lengua. Hoy, para estar sanos y libres de la acción maléfica de estos
microrganismos necesitamos verdaderos kits antibacteriales: desde el
alcohol en gel, que se puso de moda tras el brote del virus H1N1, a las
toallitas antisépticas con aroma a limón, pasando por la creciente
presencia de los spray desinfectantes para superficies, que aseguran
eliminar el 99,9% de los gérmenes en ambientes que, aunque no se vean,
está repleto de bacterias. Y son un asco.
Pero la realidad bacteriana es bastante menos
esquemática y reduccionista de lo que los anuncios suelen mostrar. Para
empezar: dentro del reino de las procariotas -el dominio al que
pertenecen las bacterias- los agentes patógenos o dañinos son un
porcentaje mínimo, una fracción muy pequeña dentro de un sistema
evolucionado y fecundo. Y además, las bacterias ocupan un lugar
indispensable en cualquier estructura viva. Son responsables de la
descomposición y el reciclado de la materia orgánica e incluso de la
utilización del oxígeno en la respiración y de la fijación del nitrógeno
atmosférico, uno de los ciclos en los que basa el equilibrio de la
biósfera terrestre. La vida en la Tierra no existiría de no ser por las
bacterias.
Día a día convivimos con ellas. El queso que untamos
sobre las tostadas y el vino que descorchamos no existirían si no fuera
por la acción de las bacterias. Los aromas y sabores de las variedades
Emmental, Roquefort, Cheddar y Parmesano se da a través de la labor
bacterial. El sabor característico de la manteca no se lo provee la
grasa ni sal sino un subcompuesto llamado diacetilo, producto de la
actividad bacteriana sobre la lactosa de la leche. Y, por supuesto, dos
tipos de bacterias -Streptococcus thermophilus y Lactobacillus
bulgaricus- son necesarias para producir uno de los alimentos más
populares, el yogur. Gracias a la acción de las bacterias, los rumiantes
pueden digerir la celulosa que se encuentra en el pasto que comen, por
lo que también son necesarias para que exista la leche.
Están en todos los ambientes. En la mesa del comedor,
en el lavamanos, en los platos y cubiertos, en el carrito del
supermercado, en el teclado de la computadora y en la pantalla táctil
del celular. También: en el agua que usamos para ducharnos y con la que
preparamos el café. Y también bajo la superficie helada del Ártico, en
el casco del Titanic, fue hallada la Halomonas titanicae en 2010 en los
restos de la embarcación. Y sobre nuestra piel y dentro de nuestro
cuerpo.
Vida interior.
En el tracto respiratorio se hallan, en mayor
medida, Streptococcus, Staphylococcus y Corynebacterium. En la zona
genital de la mujer, el género predominante es Lactobacillus, y su
presencia contribuye a la protección, bloqueando la adhesión de
patógenos, produciendo compuestos antibacterianos e inhibidores de
crecimiento de otras bacterias perjudiciales, entre otros mecanismos de
defensa. La barrera bacterial mantiene a raya las infecciones urinarias
en las mujeres.
Un estudio realizado en la Universidad de Colorado
logró identificar más de 4.700 especies de bacterias sólo en las manos
de 51 personas. Según la investigación, llevada a cabo por medio de
técnicas de secuenciación genética y publicada en 2008 en Proceedings of
the National Academy of Sciences, sólo cinco de estas especies eran
compartidas entre todos los participantes. Incluso una misma persona
compartía un bajo porcentaje de bacterias entre sus manos. La diversidad
es la constante en el microcosmos.
Compartir el mate o el escritorio o un teléfono
común equivale a compartir, importar y exportar bacterias presentes en
la piel o expelidas en la boca. Al hablar se eliminan pequeñas gotas de
saliva en la que habitan bacterias que provienen de la boca y la
faringe. La imagen puede resultar grotesca y asquerosa para muchos.
"Todavía no tenemos la entera seguridad, pero diversificar los contactos
y tener oportunidades de adquirir bacterias diferentes podrían
enriquecer el capital de la microbiota de una persona y hacerla más
fuerte ante situaciones que pueden ser adversas", dice Felipe Schelotto,
médico especialista en microbiología, exdecano de la Facultad de
Medicina. "Así que, en cierta forma, el intercambio puede llegar a ser
beneficioso. Una microbiota rica y saludable promueve la formación de
células defensivas y anticuerpos".
Representantes del género Staphylococcus epidermidis
se encuentran desplegadas por toda la piel, el órgano más grande del
cuerpo, agente de interrelación y conexión entre el afuera y el adentro
del organismo. Su presencia es fundamental para que no se instale el
Staphylococcus aureus, mejor conocido como estafilococo dorado, que
viene a ser como el pariente indeseable de la familia, que produce
enfermedades como la meningitis o la neumonía.
"Una forma de ver cómo actúan las bacterias podría
ser con el ejemplo de los enchufes de una casa", explica Rafael Vignoli,
médico especialista en microbiología del Instituto de Higiene de la
Facultad de Medicina, cuya oficina está ubicada a escasos metros de la
de Schelotto. "Las bacterias se encargan de que estén todos los enchufes
ocupados, de que no venga alguien y utilice alguno que haya quedado
libre". Esa es la razón por la que se recomienda precaución en el uso de
los antibióticos (del griego anti, "en contra" y biotikos, "dado a la
vida"), en especial los de espectro largo. "Si bien los antibióticos
siguen siendo una línea de defensa insustituible en las enfermedades
infecciosas, el sobreuso también encierra un riesgo de generación de
cepas resistentes", dice Vignoli. Si el consumo de antibióticos se da un
hospital, va a ser muy diferente a que se de en la casa del paciente.
Si bien la resistencia de las bacterias puede darse en cualquier parte,
los hospitales son zonas donde la acción antibacterial es constante y
donde se aniquilan a todas las bacterias sensibles. Volvemos al ejemplo
de los enchufes: en su intervención, el antibiótico elimina una buena
cantidad de bacterias que podrían estar ocupando enchufes que ahora
serán usados por patógenos. Los sistemas de internación domiciliaria
intentan, a su modo, prevenir esto.
En pacientes inmunodeprimidos, el buen defensor que
suele ser el Staphylococcus epidermidis puede provocar infecciones. Esto
se debe a que el comportamiento de las bacterias cambia según el
contexto. "Las enfermedades nunca son provocadas únicamente por las
bacterias", dice Schelotto. "Que surja una enfermedad derivada a partir
de la interacción de las bacterias con una persona o con un grupo humano
va a depender más de la persona o de ese grupo que de la bacteria",
sostiene el investigador. "Es más la oportunidad que le da la persona a
la bacteria que la agresividad que pueda tener o no esta bacteria.
Alguna inocuas pueden llegar a ser patógenas en los ambientes
inmunodeprimidos", agrega. "Actualmente se sabe que cualquier bacteria
puede llegar a ser agresiva, entre comillas, si le damos la
oportunidad".
Un millón de millones.
El organismo se compone de células que conservan un
ambiente rico en carbono e hidrógeno (un contexto ambiental equivalente
al de la Tierra en el momento en que empezó la vida), lo que lo
convierte en un ecosistema ambulante donde residen millones y millones y
millones de bacterias. Es decir: cada ser humano es un multiorganismo
simbiótico formado por otros seres que conviven (o intentan convivir)
más o menos de forma equilibrada.
Tenemos bacterias en las manos, en los dedos, debajo
las uñas, detrás de las orejas, en las pestañas, en los labios, sobre
la lengua, entre los dientes, en la garganta, en los genitales, en los
pies, en el pecho, en los restos de piel que dejamos en la ropa. El
colchón sobre el que dormimos se hace más pesado con los años por la
acumulación de microrganismos. Intercambiamos bacterias propias y ajenas
en un apretón de manos, cuando damos un beso o un abrazo, cuando
subimos al ómnibus, cuando conversamos, cuando compartimos un almuerzo o
usamos el teléfono. En todo momento.
Complejas maniobras biotecnológicas a escala
microscópica ocurren en atmósferas cálidas y acuosas como la boca y en
territorios secos y regulares como los glúteos o los antebrazos. Las
axilas y el ombligo son junglas húmedas donde seres imperceptibles, bajo
un clima que podría ser el equivalente microscópico al amazónico de la
escala humana, celebran convenciones y asociaciones mutuales destinadas a
la supervivencia y la expansión.
A diario, a través de nuestras emisiones biológicas,
se desprenden comunidades enteras que se han asociado para que el
ecosistema del que forman parte, nuestro cuerpo, funcione en armonía.
Estas comunidades forman la llamada microbiota. Muchas de ellas viven y
luchan en el intestino humano (un órgano que puede medir hasta ocho
metros), en lo que se conoce como la microbiota intestinal, antes
conocida como flora. La mayoría de las bacterias del cuerpo se encuentra
allí.
La microbiota intestinal contribuye a la producción
de sustancias, vitaminas y compuestos diversos que no podríamos
sintetizar de un modo completo. Como la celulosa en las vacas, esta red
de seres diminutos colabora en el proceso digestivo.
"Son importantes en la degradación de algunos
polipéptidos (las moléculas que forman las proteínas) y algunos
azúcares, todo en conjunto con nuestras enzimas", dice Schelotto.
"Ocupando el lugar que ocupan, forman una capa que cubre el epitelio
intestinal y contrarrestan el acceso de otras bacterias que llegan a
través de los alimentos y que pueden ser peligrosas". Schelotto fue
responsable de Bacteriología del Laboratorio Industrial de Conaprole.
"La vida, sin microbiota, sería insostenible", dice
Pablo Zunino, científico e investigador, presidente del Consejo
Directivo del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.
"La biota intestinal saludable se asocia a la membrana mucosa, que
recubre internamente al intestino, y esta asociación deriva en efectos
protectores y de prevención de la colonización de potenciales
patógenos".
Solo en el colon, donde habita la gran masa de
microbiota, hay unas 10^12 bacterias por gramo, eso es un 10 con 12
ceros a continuación: un billón, un millón de millones. Se estima que en
un organismo sano hay 10 veces más células bacteriales que células
constitutivas humanas.
La adquisición y evolución de la microbiota
intestinal en los animales se da al nacer y, en los humanos, depende en
gran medida de la forma de nacimiento, ya que la primera colonización se
produce al atravesar las paredes de la vagina. Luego, por medio de la
lactancia, la medicación, los cuidados y la higiene, se forma el
ambiente adecuado para el establecimiento de bacterias comensales que
previenen el crecimiento de patógenos.
Por su omnipresencia y por las actividades que
promueve, a la microbiota del cuerpo humano se la ha llamado "el órgano
olvidado". Si se junta todo el material bacteriano disperso dentro y
fuera del cuerpo se obtiene una masa de casi dos kilos de peso.
"Existe otra buena cantidad de funciones y procesos
orgánicos que se piensa que están vinculados con la microbiota, pero
mucho de eso está siendo estudiado. Es un campo de investigación muy
activo en los últimos años", comenta Schelotto.
Es que mientras la publicidad nos muestra a unos
seres deformes y traicioneros y que amenazan la salud de nuestros hijos
en los rincones más inofensivos de nuestras casas, estos organismos
microscópicos, sin salvarnos, nos están salvando de cosas peores.
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Limpieza sin abusar
Las bacterias forman parte del entorno y del
organismo humano tras haber sobrevivido a un largo viaje. Esa
supervivencia se dio gracias a sus capacidades de expansión y
modificación que les permitieron desarrollarse ante las adversidades.
Esa misma capacidad es la que les permite librarse, con el tiempo, de
los desinfectantes. "El abuso de antisépticos antibacterianos genera un
desbalance en la biota", dice Rafael Vignoli.
"Y, en algunos casos, favorece la generación de
resistencia. No conocemos a todas las bacterias, es algo que se está
estudiando. Sabemos que son muy distintas entre sí. Hay bacterias que,
en las condiciones más óptimas de crecimiento, pueden dar una nueva
generación en 20 minutos. Esa velocidad en la multiplicación y la
versatilidad metabólica y funcional permite que aparezca una nueva
población resistente a los productos antisépticos".
Según los estudios, realizados en 18 partes del
cuerpo de 242 voluntarios sanos (129 hombres y 113 mujeres, todos de
procedencia occidental), "la diversidad y la abundancia de las
poblaciones bacterianas de cada hábitat varía extensamente de unos
individuos a otros", y cada zona del cuerpo contiene su línea específica
de microorganismos. Dicho de otro modo: en breve se podría clasificar a
las personas de acuerdo a los patrones de composición de su microbiota y
se podrá determinar qué clase de relaciones con determinados tipos de
enfermedades.
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