sábado, 17 de agosto de 2013

Bacterias, buenas amigas?

Enemigas buenas

Se las ve como las grandes amenazas de la humanidad pero no es tan así. Gracias a las bacterias hay oxígeno en la Tierra pero igual remiten a peligro, suciedad y enfermedades. Y por eso queremos acabar con ellas.
Juan Andrés Ferreira
No tienen buena prensa. Y con razón. Las bacterias están íntimamente relacionadas con algunos de los más devastadores desastres y algunas de las más terribles epidemias y enfermedades padecidas por la humanidad a lo largo de la historia.
La lepra, el cólera, la gonorrea y la sífilis son producto de la acción de las bacterias patógenas sobre el organismo humano. También las caries, la putrefacción de los alimentos, el botulismo, el impétigo, la clamidiasis, la meningitis, la tos ferina, la epiglotitis (rara, aunque potencialmente mortal), la neumonía, la salmonela y muchas infecciones intestinales son resultado de la sobreactividad bacteriana.
En los avisos publicitarios, ahora son presentadas con morfología monstruosa enfrascadas en una guerra mugrienta y silenciosa contra la especie humana.
Por lo visto, son sucias, peligrosas, dañinas, oportunistas y por eso mantener una higiene correcta ya no se limita a lavarse las manos después de usar el baño y antes de ingerir alimentos, a tener las uñas cortas y a cepillarse correctamente los dientes y la lengua. Hoy, para estar sanos y libres de la acción maléfica de estos microrganismos necesitamos verdaderos kits antibacteriales: desde el alcohol en gel, que se puso de moda tras el brote del virus H1N1, a las toallitas antisépticas con aroma a limón, pasando por la creciente presencia de los spray desinfectantes para superficies, que aseguran eliminar el 99,9% de los gérmenes en ambientes que, aunque no se vean, está repleto de bacterias. Y son un asco.
Pero la realidad bacteriana es bastante menos esquemática y reduccionista de lo que los anuncios suelen mostrar. Para empezar: dentro del reino de las procariotas -el dominio al que pertenecen las bacterias- los agentes patógenos o dañinos son un porcentaje mínimo, una fracción muy pequeña dentro de un sistema evolucionado y fecundo. Y además, las bacterias ocupan un lugar indispensable en cualquier estructura viva. Son responsables de la descomposición y el reciclado de la materia orgánica e incluso de la utilización del oxígeno en la respiración y de la fijación del nitrógeno atmosférico, uno de los ciclos en los que basa el equilibrio de la biósfera terrestre. La vida en la Tierra no existiría de no ser por las bacterias.
Día a día convivimos con ellas. El queso que untamos sobre las tostadas y el vino que descorchamos no existirían si no fuera por la acción de las bacterias. Los aromas y sabores de las variedades Emmental, Roquefort, Cheddar y Parmesano se da a través de la labor bacterial. El sabor característico de la manteca no se lo provee la grasa ni sal sino un subcompuesto llamado diacetilo, producto de la actividad bacteriana sobre la lactosa de la leche. Y, por supuesto, dos tipos de bacterias -Streptococcus thermophilus y Lactobacillus bulgaricus- son necesarias para producir uno de los alimentos más populares, el yogur. Gracias a la acción de las bacterias, los rumiantes pueden digerir la celulosa que se encuentra en el pasto que comen, por lo que también son necesarias para que exista la leche.
Están en todos los ambientes. En la mesa del comedor, en el lavamanos, en los platos y cubiertos, en el carrito del supermercado, en el teclado de la computadora y en la pantalla táctil del celular. También: en el agua que usamos para ducharnos y con la que preparamos el café. Y también bajo la superficie helada del Ártico, en el casco del Titanic, fue hallada la Halomonas titanicae en 2010 en los restos de la embarcación. Y sobre nuestra piel y dentro de nuestro cuerpo.

Vida interior.

En el tracto respiratorio se hallan, en mayor medida, Streptococcus, Staphylococcus y Corynebacterium. En la zona genital de la mujer, el género predominante es Lactobacillus, y su presencia contribuye a la protección, bloqueando la adhesión de patógenos, produciendo compuestos antibacterianos e inhibidores de crecimiento de otras bacterias perjudiciales, entre otros mecanismos de defensa. La barrera bacterial mantiene a raya las infecciones urinarias en las mujeres.
Un estudio realizado en la Universidad de Colorado logró identificar más de 4.700 especies de bacterias sólo en las manos de 51 personas. Según la investigación, llevada a cabo por medio de técnicas de secuenciación genética y publicada en 2008 en Proceedings of the National Academy of Sciences, sólo cinco de estas especies eran compartidas entre todos los participantes. Incluso una misma persona compartía un bajo porcentaje de bacterias entre sus manos. La diversidad es la constante en el microcosmos.
Compartir el mate o el escritorio o un teléfono común equivale a compartir, importar y exportar bacterias presentes en la piel o expelidas en la boca. Al hablar se eliminan pequeñas gotas de saliva en la que habitan bacterias que provienen de la boca y la faringe. La imagen puede resultar grotesca y asquerosa para muchos. "Todavía no tenemos la entera seguridad, pero diversificar los contactos y tener oportunidades de adquirir bacterias diferentes podrían enriquecer el capital de la microbiota de una persona y hacerla más fuerte ante situaciones que pueden ser adversas", dice Felipe Schelotto, médico especialista en microbiología, exdecano de la Facultad de Medicina. "Así que, en cierta forma, el intercambio puede llegar a ser beneficioso. Una microbiota rica y saludable promueve la formación de células defensivas y anticuerpos".
Representantes del género Staphylococcus epidermidis se encuentran desplegadas por toda la piel, el órgano más grande del cuerpo, agente de interrelación y conexión entre el afuera y el adentro del organismo. Su presencia es fundamental para que no se instale el Staphylococcus aureus, mejor conocido como estafilococo dorado, que viene a ser como el pariente indeseable de la familia, que produce enfermedades como la meningitis o la neumonía.
"Una forma de ver cómo actúan las bacterias podría ser con el ejemplo de los enchufes de una casa", explica Rafael Vignoli, médico especialista en microbiología del Instituto de Higiene de la Facultad de Medicina, cuya oficina está ubicada a escasos metros de la de Schelotto. "Las bacterias se encargan de que estén todos los enchufes ocupados, de que no venga alguien y utilice alguno que haya quedado libre". Esa es la razón por la que se recomienda precaución en el uso de los antibióticos (del griego anti, "en contra" y biotikos, "dado a la vida"), en especial los de espectro largo. "Si bien los antibióticos siguen siendo una línea de defensa insustituible en las enfermedades infecciosas, el sobreuso también encierra un riesgo de generación de cepas resistentes", dice Vignoli. Si el consumo de antibióticos se da un hospital, va a ser muy diferente a que se de en la casa del paciente. Si bien la resistencia de las bacterias puede darse en cualquier parte, los hospitales son zonas donde la acción antibacterial es constante y donde se aniquilan a todas las bacterias sensibles. Volvemos al ejemplo de los enchufes: en su intervención, el antibiótico elimina una buena cantidad de bacterias que podrían estar ocupando enchufes que ahora serán usados por patógenos. Los sistemas de internación domiciliaria intentan, a su modo, prevenir esto.
En pacientes inmunodeprimidos, el buen defensor que suele ser el Staphylococcus epidermidis puede provocar infecciones. Esto se debe a que el comportamiento de las bacterias cambia según el contexto. "Las enfermedades nunca son provocadas únicamente por las bacterias", dice Schelotto. "Que surja una enfermedad derivada a partir de la interacción de las bacterias con una persona o con un grupo humano va a depender más de la persona o de ese grupo que de la bacteria", sostiene el investigador. "Es más la oportunidad que le da la persona a la bacteria que la agresividad que pueda tener o no esta bacteria. Alguna inocuas pueden llegar a ser patógenas en los ambientes inmunodeprimidos", agrega. "Actualmente se sabe que cualquier bacteria puede llegar a ser agresiva, entre comillas, si le damos la oportunidad".

Un millón de millones.

El organismo se compone de células que conservan un ambiente rico en carbono e hidrógeno (un contexto ambiental equivalente al de la Tierra en el momento en que empezó la vida), lo que lo convierte en un ecosistema ambulante donde residen millones y millones y millones de bacterias. Es decir: cada ser humano es un multiorganismo simbiótico formado por otros seres que conviven (o intentan convivir) más o menos de forma equilibrada.
Tenemos bacterias en las manos, en los dedos, debajo las uñas, detrás de las orejas, en las pestañas, en los labios, sobre la lengua, entre los dientes, en la garganta, en los genitales, en los pies, en el pecho, en los restos de piel que dejamos en la ropa. El colchón sobre el que dormimos se hace más pesado con los años por la acumulación de microrganismos. Intercambiamos bacterias propias y ajenas en un apretón de manos, cuando damos un beso o un abrazo, cuando subimos al ómnibus, cuando conversamos, cuando compartimos un almuerzo o usamos el teléfono. En todo momento.
Complejas maniobras biotecnológicas a escala microscópica ocurren en atmósferas cálidas y acuosas como la boca y en territorios secos y regulares como los glúteos o los antebrazos. Las axilas y el ombligo son junglas húmedas donde seres imperceptibles, bajo un clima que podría ser el equivalente microscópico al amazónico de la escala humana, celebran convenciones y asociaciones mutuales destinadas a la supervivencia y la expansión.
A diario, a través de nuestras emisiones biológicas, se desprenden comunidades enteras que se han asociado para que el ecosistema del que forman parte, nuestro cuerpo, funcione en armonía. Estas comunidades forman la llamada microbiota. Muchas de ellas viven y luchan en el intestino humano (un órgano que puede medir hasta ocho metros), en lo que se conoce como la microbiota intestinal, antes conocida como flora. La mayoría de las bacterias del cuerpo se encuentra allí.
La microbiota intestinal contribuye a la producción de sustancias, vitaminas y compuestos diversos que no podríamos sintetizar de un modo completo. Como la celulosa en las vacas, esta red de seres diminutos colabora en el proceso digestivo.
"Son importantes en la degradación de algunos polipéptidos (las moléculas que forman las proteínas) y algunos azúcares, todo en conjunto con nuestras enzimas", dice Schelotto. "Ocupando el lugar que ocupan, forman una capa que cubre el epitelio intestinal y contrarrestan el acceso de otras bacterias que llegan a través de los alimentos y que pueden ser peligrosas". Schelotto fue responsable de Bacteriología del Laboratorio Industrial de Conaprole.
"La vida, sin microbiota, sería insostenible", dice Pablo Zunino, científico e investigador, presidente del Consejo Directivo del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable. "La biota intestinal saludable se asocia a la membrana mucosa, que recubre internamente al intestino, y esta asociación deriva en efectos protectores y de prevención de la colonización de potenciales patógenos".
Solo en el colon, donde habita la gran masa de microbiota, hay unas 10^12 bacterias por gramo, eso es un 10 con 12 ceros a continuación: un billón, un millón de millones. Se estima que en un organismo sano hay 10 veces más células bacteriales que células constitutivas humanas.
La adquisición y evolución de la microbiota intestinal en los animales se da al nacer y, en los humanos, depende en gran medida de la forma de nacimiento, ya que la primera colonización se produce al atravesar las paredes de la vagina. Luego, por medio de la lactancia, la medicación, los cuidados y la higiene, se forma el ambiente adecuado para el establecimiento de bacterias comensales que previenen el crecimiento de patógenos.
Por su omnipresencia y por las actividades que promueve, a la microbiota del cuerpo humano se la ha llamado "el órgano olvidado". Si se junta todo el material bacteriano disperso dentro y fuera del cuerpo se obtiene una masa de casi dos kilos de peso.
"Existe otra buena cantidad de funciones y procesos orgánicos que se piensa que están vinculados con la microbiota, pero mucho de eso está siendo estudiado. Es un campo de investigación muy activo en los últimos años", comenta Schelotto.
Es que mientras la publicidad nos muestra a unos seres deformes y traicioneros y que amenazan la salud de nuestros hijos en los rincones más inofensivos de nuestras casas, estos organismos microscópicos, sin salvarnos, nos están salvando de cosas peores.

SOMOS BACTARIALMENTE ÚNICOS

Limpieza sin abusar

Las bacterias forman parte del entorno y del organismo humano tras haber sobrevivido a un largo viaje. Esa supervivencia se dio gracias a sus capacidades de expansión y modificación que les permitieron desarrollarse ante las adversidades. Esa misma capacidad es la que les permite librarse, con el tiempo, de los desinfectantes. "El abuso de antisépticos antibacterianos genera un desbalance en la biota", dice Rafael Vignoli.
"Y, en algunos casos, favorece la generación de resistencia. No conocemos a todas las bacterias, es algo que se está estudiando. Sabemos que son muy distintas entre sí. Hay bacterias que, en las condiciones más óptimas de crecimiento, pueden dar una nueva generación en 20 minutos. Esa velocidad en la multiplicación y la versatilidad metabólica y funcional permite que aparezca una nueva población resistente a los productos antisépticos".
Según los estudios, realizados en 18 partes del cuerpo de 242 voluntarios sanos (129 hombres y 113 mujeres, todos de procedencia occidental), "la diversidad y la abundancia de las poblaciones bacterianas de cada hábitat varía extensamente de unos individuos a otros", y cada zona del cuerpo contiene su línea específica de microorganismos. Dicho de otro modo: en breve se podría clasificar a las personas de acuerdo a los patrones de composición de su microbiota y se podrá determinar qué clase de relaciones con determinados tipos de enfermedades.

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